Al medio día y de 6:30 a 7:00 de la noche se extendía por el ambiente de la población un apetitoso tufillo de carne asada en brasas y por las noches se propagaba el aroma de jazmines del cabo, de los mirtos de los cadmios. los resedos y los jazmines de naranjos, como si nos encontráramos en los jardines de Ala.
Rodeaba la plaza central enormes caserones de uno y de dos pisos, de la tapia pisada, de paredes gruesisimas de metro cincuenta de ancho y de techos de teja de barro; en las piezas que daban contra la calle, algunas habian habilitados locales comerciales donde existían unas miscelaneas de mercancías, hasta que llegaron unos pocos turcos que especializaron el comercio, dedicándose preferencialmente a la venta de hilos, telas, en fin, derivados de la industria textil. El resto de nuestra ilustre ciudad, era un rancherio de casas de bahareque, techadas de palmicha, amplias, frescas, con solares inmensos donde crecían desordenadamente palmas de coco, mangos icacos,limones, naranjas dulcisimas, mamoncillos, tamarindos, bejucos de badeo, uvas matas de plátano.
La ciudadanía vivía feliz por no existir los servicios públicos, no se pagaban esa cuentas exorbitantes que ahora nos ahogan. La energía eléctrica servia para unos bombillos anemicos, de luz mortecina había que prender las velas para una luz mas eficiente.
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